¡Qué difícil es entender que la inflación y la devaluación de la moneda, castiga a los menos pudientes!
El peso argentino perdió trece ceros, es decir que un peso actual eran diez billones de pesos. Nadie tenía esa cantidad de dinero. Imposible de visualizar.
Utilicemos el caso de Uruguay, cuya moneda perdió seis ceros en cincuenta años.
Con un millón de “pesos moneda nacional”, en Uruguay de mitad del siglo XX, se compraban 66 casas en barrios medios. Quien contara con ese patrimonio era considerado un “millonario”. Veinticinco años después, mil “pesos moneda nacional” se convirtieron en un “nuevo peso”. Se quitaron tres ceros. Y veinte años después, mil “nuevos pesos” se convirtieron en un “peso uruguayo”, que continúa hasta el día de hoy. Tres ceros más.
Hoy, en 2024, un boleto de bus urbano cuesta 56 “pesos uruguayos”, es decir 56 millones de “pesos moneda nacional”. Se podían comprar cerca de 3.700 casas hace 75 años.
Quien tenía un buen excedente, entre sus ingresos y gastos, podía invertirlo en inmuebles y mantener el valor. Quienes dependían de un salario ajustado, sólo podían ahorrar un mínimo que se depreciaba día a día.
Si últimamente alguien hubiera atesorado durante años, como con esfuerzo y sacrificios lo hacían los inmigrantes de entonces, hoy no tendría prácticamente nada.
Imaginemos que compráramos un pequeño campo de cuatro hectáreas y que se le quitara seis ceros al metro cuadrado. Hoy tendríamos una baldosa de 20×20 cm. Inaceptable. Pero con el dinero lo toleramos alegremente. En el caso argentino, nuestra propiedad debería verse con microscopio.
El despojo por la depreciación es monstruoso.
Del mismo modo que no se puede depreciar el metro cuadrado, no debería poderse depreciar la moneda.
El dinero y las propiedades son como una batería o acumulador de trabajo, por lo menos deben tener la capacidad de reservar ese valor, si no, perdemos trabajo ya realizado. Irrecuperable. Un robo.
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